Hay una serie de insectos rastreros que se pueden convertir en una plaga cuando su población crece de forma desproporcionada afectando el ambiente y otras especies o porque transmiten enfermedades, virus y parásitos a los seres humanos y otros vertebrados. En esta clasificación se contabilizan las cucarachas, termitas, chinches, arañas, hormigas, garrapatas, pulgas.
En el caso de las cucarachas, es el insecto rastrero más resistente y está perfectamente adaptada e integrada a cualquier ambiente. Su grado de adaptabilidad es tan enorme que en caso de guerra nuclear serían las únicas supervivientes del reino animal. Pueden mantenerse hasta tres meses sin alimento y más de un mes sin agua. A diferencia de otros insectos, no son vectores directos de enfermedades, sino actúan como un nido de virus y bacterias que pueden causar complicaciones a la salud: salmonelosis, fiebre tifoidea, cólera, campilobacteriosis, disenteria. La transmisión de cualquiera de esas enfermedades ocurre a partir del consumo o contacto con artículos que han sido contaminados por las cucarachas.
En el caso de las termitas, son insectos que viven en colonias y se alimentan de cualquier material que contenga celulosa de la madera. Proceden del suelo, y por lo general se introducen en las estructuras sin ser detectadas y se convierten en un problema cuando atacan cimientos, columnas, paredes, habitaciones, pisos, gabinetes de cocina, muebles, techos, puertas, marcos de ventanas, etc. Son una plaga muy resistente que requieren ayuda profesional para detectar su nido, para acabar a la termita reina y en la aplicación de químicos y posteriormente biocidas para proteger los elementos que hayan sido rescatados de la infestación.
Una plaga de insectos rastreros sólo puede ser controlada o eliminada por profesionales con experiencia que aplican procedimientos físicos, químicos, mecánicos o biológicos, cuidando todos los efectos nocivos que puedan producir en personas, animales y el medio ambiente.